A pesar de las olas de frío avisadas para este invierno y contra todo pronóstico para una “veranista”, escogí irme al sur de Chile para desconectarme y descansar. Valdivia me recibió por 3 días y a pesar de llegar a sentir un nivel de frío tan grande que me adormeció la cara un día de paseo por el jardín botánico, la ciudad me entregó paisajes hermosos y activos como el musgo en los árboles abundantes después de cada lluvia y una niebla espesa flotante en un atardecer, que se disipó mágicamente de un momento a otro, tal como los pensamientos que nos nublan la vista.
A 30 minutos de Valdivia está Niebla, una localidad de un poco menos de 6 mil habitantes, que vive al ritmo de las estaciones y se toma los domingos con mucha calma, ahí fue donde sentí que el territorio me habló (ajá).
Al llegar parecía ser un pueblo deshabitado, no había gente en las calles y solo conté un par de almacenes abiertos, suena muy bien para un local, pero para una turista impaciente y con frío, sonaba a un viaje en vano.
Luego de preguntar a una persona local, di con la feria costumbrista de Niebla, “Niebla tenía algo para mostrarnos” dijo mi acompañante, y tenía razón.
Entramos a una especie de galpón grande donde el olor a fritura, a caldo de mariscos y carne se juntaban en una sola sensación de almuerzo dominical de campo. ¡Habíamos encontrado a los habitantes de niebla! estaban en sus puestos, abrigados, ofreciendo empanadas, papas rellenas, anticuchos y consomés para devolver el calor al cuerpo.
Sentada con un brebaje recién salido de una olla hirviendo, escuchando “gracias a la vida” de fondo, pude detectar un aroma familiar que se contactó con mis recuerdos y removió mis emociones. No sé si fue un olor especial o más de uno, pero me emocionó tanto, que logró que el agua de mis ojos se mezclara con la de mi nariz. Ese consomé, me recordaba algo familiar, a una abuela nacida en el sur que sabia preparar los mismos caldos, y que me abrazó inmediatamente, me lleno de calor y me permitió soltarme. Niebla me estaba recibiendo tan cálidamente, que todo el frío, la incomodidad y reclamos hechos hasta ese momento se habían disipado.
Justo cuando solté toda idea de lo que yo quería y necesitaba y me entregué a la experiencia de estar viviendo ese momento, en ese lugar, fue cuando el territorio me acogió y me habló. Solo cuando le di la oportunidad, me tomo y me transportó.
En Chile tenemos una diversidad y abundancia de paisajes y cultura y cuando uno decide pasearse con ojos locales y pedirle al territorio que te muestre lo que hay para ti, la naturaleza y todo alrededor lo hace. Hay que comenzar a pedirle porque somos de aquí y como buena madre, la tierra cuida de sus hijos.
Y así mismo, se puede pedir a cada lugar que uno visita, a cada nuevo espacio al que nos aventuramos.
Pregunta que es lo que tiene para mostrarte y espera su respuesta con curiosidad.
Un abrazo.
Xime